Por Juan Dukuen
En su ensayo “La ficción Paranoica” (1) Ricardo Piglia plantea, siguiendo a Borges, que el nacimiento del género policial se da con Poe, con la aparición del detective como figura social. Tal personaje aparece como una entidad que no se encuentra ni en la sociedad de la ley (el Estado) ni en la de los criminales.
Con la aparición del “policial negro norteamericano”, el detective agrega, a su ejercitada lógica deductiva, su “cuerpo”. Esto implica entre otras cosas, cargar un arma y poner su vida en peligro (y la de otros).
Rodolfo Walsh, en sus tres relatos de “no-ficción” (2) cumple en gran medida el papel de “detective justiciero”, extraña mezcla de “sabihondo y suicida” que busca restituir justicia, (pero no a los tiros, como los detectives “duros”) haciendo públicas las verdades ocultas.
Walsh en “Operación Masacre” tiene que salir a investigar portando un arma: cuerpo y mente se juegan en la vorágine del peligro. Se le plantea como obligación el enigma, como si lo oculto saliera a su paso poniéndolo en situación ética. El dinero no lo moviliza a Walsh como si lo hará con Marlowe o cualquier detective de la serie negra: nadie le paga por investigar, no hay ningún “ser querido” comprometido en el hecho. A Walsh lo moviliza la búsqueda de la verdad con un fin puramente de denuncia, un fin ético. Esto se debe a que el Estado es al mismo tiempo la sociedad de la ley y la de los criminales. El Estado es quien cometió los fusilamientos clandestinos violando la no retroactividad de la ley en general y de la ley marcial en particular.“Hay un fusilado que vive” será la frase que resuene en el oído de Walsh y que plantee un antes y un después en su vida. Está frase abrirá la brecha que lo llevará más tarde al compromiso político y finalmente a la muerte en manos de los militares...
“Todo relato va del no saber al saber” dice Piglia, pero en el género policial este pasaje se transforma en Tema. Este proceso implica la búsqueda de la verdad, que es lo fundamental para descifrar el enigma. Esta pregunta sobre la verdad en el género, es algo realmente dramático porque implica un muerto. En el caso de Walsh los muertos son fusilados por el gobierno y por razones políticas. El objetivo de la búsqueda de la verdad es denunciar, desenmascarar la violencia atroz del ilegítimo gobierno militar de Aramburu que actuó como organización criminal dejando por lo tanto la imposibilidad del resarcimiento que brinda la ley. Tal resarcimiento estará a cargo de la figura del detective quien deberá, ante la ausencia de otras instancias, hacer público ese brutal e ilegal “acto de gobierno” mediante la edición de los hechos/verdad en revistas en un principio y más tarde como novela.
Estos elementos hacen que la novela de Walsh este más cerca del policial negro (3) que del policial de enigma donde, entre otras cosas, el criminal es individual, los motivos no son sociopolíticos (poco interesan cuales fueron) y la resolución del enigma es solo un juego deductivo.
Piglia propone en su ensayo una nueva categoría: la ficción paranoica. Esta noción implica que los géneros tienden a combinarse entre si y se hacen cargo de los imaginarios sociales de la amenaza y el peligro. Aparecen, El enemigo los enemigos, la persecución, el complot y la conspiración lo cual implica una conciencia paranoica del que narra.
En la obra de Walsh la persecución política cumple un papel central. El complot obedece al encubrimiento que obviamente hace el gobierno de si mismo, cuando promueve el pasaje del caso de la justicia civil a la militar. La idea del enemigo se plantea ontológicamente con el “ser peronista”, como una construcción del otro a partir del odio, de la identificación política. Esto llega hasta la prohibición por decreto, de la utilización de toda palabra relacionada con el peronismo.
El otro fenómeno a destacar en la no fiction de Walsh es el delirio interpretativo. Esta idea de que la realidad es un tejido de signos que el investigador debe leer para reconstruirla y así acceder a la verdad. Walsh ira tejiendo y destejiendo pruebas que lo llevarán hacia los testigos. La complicidad de una niña, bautizada por el detective como Casandra (la que todo sabe, la que todo ve) lo ubicará, en relación con uno de ellos. Elemento este, casi mágico, como el espejismo de los árboles que permite ubicar el basural donde la muerte guarda su secreto.
En “Operación Masacre” lo que agrava la investigación y la hace sumamente peligrosa es que el Estado es el delincuente. Hay una inversión de entidades: “los inocentes son los culpables, dice su señoría, el Rey de espadas” (acusa Charly García años después). Ese Rey es el que “con el as de espada nos domina y con el de basto te entra a dar” (sentencian Pedro y Pablo, ya en los 70´s)
Uno de los problemas capitales que aparecen en la obra es que los signos están ahí para ser leídos, pero nadie se anima a hacerlo. Hay una clausura con respecto a la verdad y esa clausura es el miedo. Ante un gobierno de facto, represor y antipopular la única verdad es la que se puede conseguir también en forma clandestina, portando un revolver, usando una cédula de identidad falsa, traspasando el miedo. Esta función justiciera es la de Walsh, como detective, como periodista, como escritor, como artista.
La configuración de Operación Masacre hace entonces, pasible su lectura como policial negro (4) . Lo que aleja esta obra del mero entretenimiento, del “best séller”, del uso masivo de los clisés al estilo “industria cultural”; es el carácter de denuncia que opera como disparador de la novela. Una mera lectura ficcional destruiría tal carácter. Sin embargo hay que entender que tal lectura es posible por el desfasaje histórico (diría Eliseo Verón) entre la producción y el reconocimiento de toda obra. No creo que esa lectura, puramente ficticia, hubiera sido la deseada por Walsh.
En este sentido la visión de la reproducción técnica como posibilidad para la crítica encuentra en Operación Masacre un punto cúlmine.
¿Qué más hubiera deseado Benjamín?
(1) Diario Clarín, Sección “Cultura y Nación” pags. 4-5, 10/10/1991
(2) Los textos son “Operación Masacre”, AGEA, Bs As, 2001; “El Caso Satanowsky” Ediciones De la Flor, 1973; ¿Quién mato a Rosendo?, Ediciones de la Flor, Bs As, 1984. La clasificación de estos textos en el género de “no-ficción” proviene de la lectura de Ana María Amar Sanchez, “El sueño eterno de justicia” en “Textos de y sobre Rodolfo Walsh”, comp. Alianza Editorial, Bs As, 2002
(3) Amar Sánchez señala otras muchas relaciones entre la obra de Walsh y el policial: cuidadosas explicaciones sobre balística, el suspenso, el plano de la escena del crimen, etc... Ver op. cit. Página 212-213
(4) Ver el prólogo a ¿Quien mató a Rosendo? donde el autor señala tal posibilidad.